La familia Rulo vive en el barrio de Santa Rita, en Clickópolis, y la componen Javier —el papá—, Obdulia —la mamá— y sus tres hijos: Marcos, Pía y Samuel.
Javier
y Obdulia se conocen desde el instituto y su relación comenzó siendo
ellos muy jovencitos. Al principio no era una relación oficial, pues
Obdulia sabía que a sus padres, bastante chapados a la antigua, no les
gustaría para nada verla festejar con un chico como él, amante del rock
duro y asiduo a beber cervezas en los parques junto a sus amigos los
sábados a la noche. Por eso ella había mantenido en secreto su noviazgo
con Javier, y de cara a sus padres él sólo era un amigo.
Pero ocurrió que apenas cumplidos los 19 años, y después de cuatro de relación, Obdulia se quedó embarazada.
A
sus padres casi les dio un mal cuando supieron la noticia. O más bien,
las noticias. A saber: que su hija estaba embarazada, que el padre del
clickito en ciernes era Javier Rulo, el muchacho de las greñas, y que
éste y su hija habían sido novios durante un montón de tiempo sin que
ellos se hubieran percatado de nada.
Por supuesto, la madre de
Obdulia comenzó a hacer planes de boda, muy fuera de sí, incapaz de
asimilar que la mayor de sus dos hijas hubiera "patinado" de esa forma.
Pero sus intenciones quedaron abortadas en cuanto Obdulia le dijo muy
tajantemente que se olvidara de eso. Que ella y Javier tenían pensado marcharse a vivir juntos, pues con el sueldo de él (tenía
21 años entonces y trabajaba como mozo de almacén), podrían iniciar una
vida en común y no necesitaban papeles de ningún tipo que convalidaran
su amor.
A la mamá de Obdulia tuvieron que servirle muchas tilas y
todavía más tranquilizantes recetados por el médico para que finalmente
aceptara de buen grado la decisión de su hija, pero no sin antes
hacerle prometer complicidad con ella y con su padre en la tarea de
fingir que se había casado por lo civil con el "muchacho ese" (a doña
Amparo le costaba decir "tu novio" o simplemente "Javier". Imaginárselo
de yerno directamente le costaba un dolor. Exagerada como era,
muchas veces pensaba que una pierna rota, un esguince de muñeca y una brecha en la cabeza de una sola caída hubiese sido mejor
suerte).
Obdulia, por no oirla más, le dijo que sí, que si
alguien le preguntaba diría que se casaba con Javier en el ayuntamiento y
listo. Sabía que si no quería tener enfadada a su madre de por vida, le
tocaba ceder en algo.
Y así es cómo algunos meses después nació Marcos, el primer hijo de la pareja.
Pero no nos adelantemos. Vayamos ahora a presentar uno por uno a los integrantes de esta familia.
JAVIER RULO
Tiene 39 años y trabaja como encargado en un almacén de objetos de
regalo. Le gusta la música rock (su grupo favorito es Led Zeppelin), la
buena cerveza y especialmente su moto, a la que mima casi más que a su
propia hija. Nunca pensó en ser padre de familia numerosa, pero ahora
que lo es se siente muy orgulloso y satisfecho por ello. No fuma (nunca
lo ha hecho) y bebe moderadamente cuando sale los jueves por la noche
con sus amigos de toda la vida. Suele visitar con ellos la Taberna de
Duncan porque le divierte ver las peleas que se arman allí. También le
gusta la vida al aire libre y enseñar a su hijo Marcos a apreciar la
buena música.
OBDULIA FERNÁNDEZ DE RULO
Tiene 37 años y fue madre por primera vez con tan sólo 20. No le gusta
ser considerada simplemente un ama de casa y por eso se esfuerza en
hacer cursos de las más variopintas temáticas con la esperanza de
encontrar algún día una ocupación que encaje con las horas que sus hijos
le dejan libres. Durante algunos años fingió ante los vecinos de sus
padres estar casada con Javier, por eso cuando realmente llegó el día de
la boda, tuvo que celebrarla de tapadillo so pena de que a su madre,
doña Amparo, le diese un ataque al corazón si alguien llegaba a
enterarse del engaño. Eso ha dejado en ella un pequeño trauma y a veces
desearía ser creyente para obligarse a sí misma a casarse por la Iglesia
y celebrarlo por todo lo alto. Luego se consuela pensando que
seguramente aunque eso ocurriese, nunca contaría con el dinero necesario
para emplearlo en una fiesta así. Pese a estas pequeñas decepciones de
la vida, Obdulia es una mujer y una madre feliz.
MARCOS RULO
Marcos Rulo fue concebido en el apartamento de la costa de su abuela
paterna. Ese apartamento ya no existe porque el edificio fue demolido a
causa de presentar ruina por aluminosis. Esta historia no le gusta
contarla a Marcos ya que le acompleja un poco pensar que algo
relacionado con él tan íntimamente pudiera estar defectuoso. Piensa que
le puede condicionar en su futuro, que le puede traer mala suerte haber
sido llamado a la existencia en un lugar que terminó en derrumbe. Nadie
sabe por qué, Marcos es supersticioso. A veces a su padre le dan ganas
de collejearlo hasta volverlo un hombre y quitarle esas tonterías, pero
se contiene, más que nada porque está mal vista la colleja a tiempo. A
Marcos le encanta practicar con su monopatín y le gusta también la
música hip-hop. No tiene novia porque todavía no ha encontrado a ninguna clack que tenga un trasero que le convenza y al mismo tiempo sepa
hablar de las cosas que le interesan a él. De pequeño obligaba a Mikan,
el gato de la familia, a mirar los dibujos animados sentado a su lado en
el sofá (para ello se servía de unas esposas de juguete, que por un
extremo ataba al cuello del animal y por el otro a su muñeca). Ahora
tiene 17 años y cuando le preguntan qué piensa hacer con su vida, dice: "Nada, ingeniería informática". Pero a sus padres, por el momento, les
basta con que no le de por ir ensuciando las paredes del barrio con un
spray.
PÍA RULO
Está en tercer curso de primaria y, cuando se acuerda, vive enfurruñada
porque quiere recibir la primera comunión y sus padres hacen oídos
sordos a sus demandas. Todo esto le vino porque un día le preguntó a su
mamá qué significaba su nombre y ésta le dijo: "Persona inclinada a la
piedad". Entonces Pía quiso saber qué era "inclinado a la piedad", y la
mamá le respondió según la enciclopedia Clickrousse: "Persona devota,
dada al culto de la religión y a las cosas pertenecientes al servicio de
Dios y de los santos". La pequeña quedó impactada. Quiso entonces saber
quién era Dios, quiso saber quienes eran los santos, etc., etc., etc., y
ya fue un no parar. Cuando se le olvida que lo que más desea en el
mundo es asistir a catequesis (sus padres le han advertido que antes de
la primera comunión tendría que ser bautizada y que eso es algo que
deberá decidir ella misma cuando sea mayor y bla, bla, bla), Pía es
feliz y juega mucho con sus muñecas. Le encanta vestirlas, desvestirlas,
dormirlas, pasearlas en el cochecito y darles el biberón. También a
menudo usa a su hermano Samuel como elemento viviente en sus prácticas
de puericultura y ambos lo disfrutan mucho.
SAMUEL RULO
Acaba de soltarse a andar y ya no hay quien lo pare. Desde hace dos
semanas detesta el carrito y grita como un poseso si lo sientan en él.
Samuel es un bebé sano y risueño que hace las delicias de su abuela doña
Amparo porque es el único nieto de los 5 que tiene que no llora cuando
lo toma en brazos y se pone a bailar con él un pasodoble al estilo de
antes. Samuel tiene una paciencia con las excentricidades de los clicks
adultos que no es normal. Pero por otro lado manifiesta una
peligrosísima tendencia escapista, ahora que es capaz de caminar sin
caerse sentado a cada tres pasos, que lleva a su madre loca de un lado a
otro. Sobre todo, Samuel adora perseguir a las palomas y tratar de
cogerlas de un ala para llevárselas a casa. Como con las palomas no
puede, atrapa cosas del suelo y se las mete en la boca a ver qué sabor
tienen. Parece que nadie de su familia quiera darse cuenta de que le
queda muy poco para lanzarse a cruzar la calle solo.
En fin, pues esta es a grandes rasgos la familia Rulo. Una familia
normal y corriente de nuestros días, habitantes del barrio de Santa Rita
en Clickópolis.
(Fotografías tomadas frente al Café de Eladio, en la plaza Joaquina de Vedruna)