viernes, 12 de junio de 2015

La reconciliación

Había pasado casi una semana desde los disturbios en los que Javier Rulo fuera rescatado y disuadido de asesinar de un barrazo en la cabeza a un agente del orden público. Pero la rescatadora, su esposa, lejos de olvidar el tema y dedicarse a vivir la vida felizmente, se levantaba cada mañana con un humor de perros. Javier sabía que por más que le hubiera asegurado que no volvería a meterse en líos con Duncan y la patrulla, Obdulia no le creía del todo. Y lo peor era que esa misma noche, jueves, había quedado en la taberna con sus amigos y temía el momento de decirle que no le esperase a cenar.

Por eso Javier ideó un plan. Desde el lunes había estado pensando en ello y haciendo las gestiones necesarias para tratar de llegar a una reconciliación definitiva con su mujer.

Esa mañana, en cuanto oyó que Samuel se despertaba y que Obdulia se disponía a levantarse para atenderlo, él se puso en pie ligero y alegre como un bailarín del Bolshoi, adelantándose a ella. Tan temprano era, que su despertador sonó cuando ya tenía al pequeño cambiado y vestido y lo estaba depositando en la trona para que tomara su biberón.


A Obdulia todo esto le parecía muy extraño, pero no dijo nada. Pasó por detrás de su esposo y de su hijo menor, se colocó el delantal y se puso a trastear en el fregadero, muda como una estatua. Ni siquiera el darse cuenta de que Javier había preparado también la mesa para el desayuno lograba ablandarla.


El único sonido que se escuchaba en la cocina era el de Samuel repitiendo pa-pa-pa-pa, como forma de reclamar un trozo del bollo que estaba sobre la mesa, pero que su padre interpretó de manera muy distinta.
—Sí, cariño, aquí está papá. Sí, pa-pa-pa-pa, sí, aquí —decía Javier con voz de señorita soltera, mientras miraba la espalda de Obdulia y pensaba "¿Por qué será tan dura esta clack?".

Finalmente se acercó a ella.
—¿Qué tal, cariño? ¿Cómo has dormido? —preguntó, tratando de parecer contento y despreocupado.


Silencio.
—Ehmmm, ¿por qué estás fregando eso ahora? Vamos a desayunar. Ayer dejé el café preparado y esta mañana ha sido sólo darle al botón y... voilà.
Silencio.
—Obdulia, cariño...


Más silencio.
—¿Qué te sucede? ¿Por qué estás así conmigo? Llevas unos días muy rara...
—No estoy rara, estoy mosqueada. Raros son los calamares vampiro, lo mío es otra cosa.
—Vamos, ven aquí —Javier quería abrazarla, o por lo menos que se diera la vuelta y que lo mirase a la cara para poder ponerle ojitos de niño castigado injustamente.

Tras unas cuantas carantoñas y algunas palmaditas en la parte baja de la espalda que hicieron sentir a Obdulia una clack deseada por un especimen que no sabe hacer las cosas mejor, obtuvo lo que andaba buscando.


—¿Qué quieres? —preguntó ella.
—Nada. Sólo decirte que sé que lo has pasado mal estos días por lo de la pelea y...
—No lo llames pelea, llámalo vandalismo, desorden público, homicidio en grado de tentativa. Pero pelea, no. Pelea es cuando uno se acalora en una discusión y trata de zanjar el asunto ayudándose de los puños porque la ira le nubla el entendimiento. Asestar golpes con una barra de hierro en la cabeza de alguien que está en el suelo es barbarie, Francisco Javier; barbarie, no pelea.
—Bueno... no vamos a debatir sobre eso ahora. Lo que yo trato de decirte es que... lo siento mucho. No quería hacerte enfadar, ni pretendía meterme en ningún lío que pudiera perjudicarte a ti o a los niños.

Javier respiró hondo. No iba a ser fácil convencer a Obdulia de que la patrulla había quedado atrás y al mismo tiempo decirle que esa noche tenía reunión con los amigos en la taberna de Duncan. Intuía que se iba a armar una buena. Continuó:

—Cielo, te pido perdón por haberte asustado, no lo volveré a hacer. Nunca he sido más sincero en mi vida. Que me muera ahora mismo si te estoy mintiendo —el motero sintió un cosquilleo en el estómago cuando dijo eso... ¡A ver si con las inexactitudes involuntarias y otras formas leves de enmascarar la realidad se iba a morir de verdad!—. La patrulla ya es pasado... y además, para que veas que en serio quiero que hagamos las paces...
—¡Paces! Ohh, qué bonito —interrumpió Obdulia con ironía.
—Sí, las paces, o sea, que no estemos enfadados...
—Ya sé lo que son "las paces", Javier. Sigue, anda.
—Pues eso, que para que veas que voy en serio me he permitido comprarte una cosita que sé que te va a gustar.
—¿A mí?
—Sí, claro, a ti. ¡Espera, que voy a buscarla!

Y dicho esto, Javier salió a toda prisa en dirección al garaje. Allí había guardado el regalo que el día anterior adquirió para su mujer como parte del PRID (Plan de Reconciliación Instantánea y Definitiva) que había ideado.


Mientras tanto, Obdulia preparó el biberón del pequeño. El bollo seguía allí, pero nadie se lo alcanzaba.
—Toma, Samuel. Bébetelo todo. A saber qué estará tramando tu padre...


Javier se encontraba un poco nervioso porque él no es click de regalos ni de sorpresas. Si Obdulia o cualquiera de los niños necesitan o les hace ilusión una cosa, él prefiere que se lo compren ellos mismos y no meter la pata con obsequios inesperados para luego tener que andar descambiando o viendo sus caras de decepción. Sobre todo la de Pía, que es la más difícil de contentar. El verbo sorprender unido al término regalo le trae siempre a la mente aquél día en que, después de que la niña pidiera una y otra vez una mascota propia-sólo-para-ella, él apareció todo emocionado con una tarántula en un terrario y la muy desagradecida se puso a gritar como si la estuvieran metiendo en el coche de un mafioso a punta de pistola. Obdulia, por su parte, lanzó un alarido de madre aterrada y varios interrogantes muy enérgicos sobre cómo se le había ocurrido semejante locura, a lo que él respondió —tratando de disculparse— que un amigo suyo tenía una tienda de animales exóticos y le había aconsejado que se llevara esa tarántula, que era para principiantes y que gustaba muchísimo a los niños. Cuando Obdulia escuchó "tarántula para principiantes" casi lo estrangula.


De modo que por este y otros episodios similares, Javier no es muy dado a hacer regalos así a la ligera. Sin embargo, estaba seguro de que en esta ocasión todo iba a ir sobre ruedas ya que no se había dejado asesorar por un fanático del trash metal y las competiciones de vómitos, sino por una persona cabal, alejada del alcohol y las guitarras eléctricas, estable mentalmente y madre de familia: su querida cuñada Aurora, la hermana de su mujer.


"Con esto voy a tener a Obdulia comiendo en la palma de mi mano en menos que canta un gallo" se dijo mientras regresaba a la cocina. (Javier suele utilizar frases hechas cuando piensa. Cuando habla se esfuerza un poco más).


Seguidamente se dirigió a su esposa y le enseñó el paquetito cuidadosamente envuelto en papel decorado.

Ella lucía una espléndida sonrisa entre divertida e incrédula.


—¿Un regalo? ¿Un regalo verdadero, no como aquella vez que me trajiste una caja de 100 cintas de cassette vírgenes que luego utilizaste para grabar TODOS tus discos a tus amigos que estaban en el paro y no tenían dinero para rocanrol?
—Va, Obdu, no me recuerdes eso. Ahora las circunstancias son muy distintas, ahora ya sé que la música no es algo tan importante para ti.

Obdulia se acercó a su esposo y cogió el paquete. Samuel, un poco más allá, aprovechando que sus padres estaban inmersos en sus cosas, intentaba averiguar cómo salir de la trona y poder darle alcance al bollo.


Ella estaba muy intrigada. Empezó a romper el papel con cuidado, no se imaginaba qué podría haber en el dichoso paquete. Pero aparte de intriga sentía también cierta ilusión por el hecho de que su marido se hubiera molestado en buscar algo especial para ella, en tratar de reconciliarse con un detalle romántico.

Hasta que...


—¡GRRR! ¿Qué demonios es esto, Francisco Javier Rulo García? —el enfado de Obdulia no podía ir a peor.
—Cariño, ¿qué ocurre? Es un perfume, ¿no lo conoces?
—¡Claro que lo conozco, es el aroma mareante y nauseabundo que desprende mi hermana y que cuesta un dineral! ¿Cómo has podido gastar una fortuna en esto mientras tu hijo menor lleva ropa de tercera mano plagada de bolitas? ¡No entiendo a dónde quieres llegar! ¡Este despilfarro no voy a poder perdonártelo en la vida!

Javier empezó a sudar. No sabía qué decir. Su cuñada le había contado que estaba segura de que Obdulia lo pasaba muy mal por no poder permitirse un perfume caro como el que ella usaba y que sería un regalo fabuloso porque todas las clacks se sienten halagadas cuando sus parejas tienen una gentileza de esa envergadura con ellas. Sobre todo las que pasan apreturas económicas.

Pero estaba claro que Obdulia era diferente... y que el plan de reconciliación instantánea y definitiva ideado por Javier se estaba yendo a pique.


—Vamos, Mikan, no juegues con el papel que no está el horno para bollos —le dijo el motero al gato—. La amita está que trina, ¿no te da miedo cuando se pone así? A mí sí, pienso que de vieja será como su madre era de joven y me entran escalofríos. Venga, vamos a ver si se tranquiliza un poco.

Siguió a su mujer.
—¡Obdulia! Obdulia, amor, no te enfades. Si no quieres el perfume lo devolveré, tengo el ticket de compra.


—Apártate por favor, no me sigas, que me estás poniendo muy nerviosa.
—No, no quiero apartarme, lo que quiero es que no estés enfadada...


—¡Pues ya vas tarde, estoy que me subo por las paredes! ¿Tú te crees que regalándome un perfume de cientos de ckleuros se me va a olvidar que me has estado mintiendo, que me has estado ocultando que andabas con esos descerebrados alcohólicos dando palos a la gente? ¡Mientras yo creía, inocente de mí, que estabas tomándote una cerveza y charlando de memeces con los amigos de la infancia tú estabas por ahí poniéndote en peligro, metiéndote en líos, haciendo todo lo peor!
—Haciendo todo lo peor, no, Obdu —repuso Javier sin atreverse a alzar la voz—, nunca te he sido infiel ni me he emborrachado a lo loco.
—¡Madre del amor hermoso, rescátame! ¡Llévame, Señor, que no puedo más con este hombre!
—Cielo, no hables así que pareces...
—¿Que parezco qué? ¿Una clack desesperada? ¡Pues perfecto, porque eso es lo que soy!
Javier iba a decir "una vieja con un tornillo flojo". Por suerte se contuvo.
—Pero Obdu, cariño, si es sólo un perfume. Lo devolvemos y ya está. Por favor, no hagas de esto un problema más grande. Además, tenía otra sorpresa para ti... pero ya no sé si decírtela. Me das un poco de miedo a veces...
—¿Yo te doy miedo? ¿A tí, que el otro día estabas apalizando agentes de la ley a diestro y siniestro?
—¡Jo! —exclamó Javier de un modo lastimero—. No me lo recuerdes más... de verdad, ya no vuelvo a eso, ¿cómo quieres que te lo diga? ¿Quieres que me ponga de rodillas?
—Jajaja —rió Obdulia de pronto, como ida—: ¡No puedes ponerte de rodillas, Javier Rulo, eres un click!

Javier se quedó mudo por unos instantes, pero al ver que su mujer no se había vuelto loca, sino que simplemente se estaba partiendo de risa (tal vez de él, eso no le quedaba muy claro), rompió a reír también y aprovechó el momento de distensión.
—Cariño, así me gusta, no nos enfademos... Lo que quería comentarte es que como sé que seguramente le habrás contado los feos sucesos del otro día a tu madre y la mujer habrá sufrido por mi culpa, también he pensado en ella...
—¿Qué quieres decir?
—Pues que también le tengo preparado un obsequio. Le pregunté a tu hermana qué le podía gustar a vuestra madre o qué necesitaba, y me dijo que le vendría bien un bolso nuevo... Así que tengo guardado un detalle para ella, para que se lo den los niños cuando vayáis a visitarla.
—No te creo...
—Sí, de verdad.

Esto sí que había hecho diana en el corazón de Obdulia. ¡Javier había pensado en su madre, en esa mujer que durante tanto tiempo fue dura e implacable en sus criticas hacia él!
—¿En serio? No puedo creer que quieras también mejorar tus relaciones con mamá después de todo lo mal que te lo ha hecho pasar.

Javier empezó a sentir que por fin había tocado la fibra sensible de su esposa. Era verdad lo que decía. Doña Amparo, durante mucho tiempo, había sido injusta con él y eso era el talón de aquiles de Obdulia.
—¡Claro que es en serio, espérame aquí!

Y de nuevo Javier Rulo salió disparado hacia el garaje.


"Ahora sí que la tengo en el bote", se dijo. "Sabía yo que lo de la madre iba a dar fruto".

Cuando volvió, mostró otro paquete a Obdulia también envuelto para regalo, esta vez con un lazo muy elegante y vistoso.


—No puedo creer que hayas ido tú mismo a comprarlo —exclamó ella, presa de la emoción.
—Bueno... le pedí a tu hermana que lo hiciera por mí, porque yo no entiendo mucho de moda femenina y quería asegurarme de que fuera acertado para una señora mayor.
—Entonces será un buen bolso, mi hermana nunca compra baratijas, y menos con el dinero de los demás...

Los dos rieron al unísono y se abrazaron mientras Samuel ya había desistido de coger el panecillo de la mesa (aunque se ponía en pie feliz de ver a sus padres muy juntos y contentos).


—Seguro que los niños ya están despiertos —dijo Javier.
—Con los gritos que he dado no me extrañaría... A veces me salgo de mí misma, ¿me perdonas? —preguntó Obdulia un poquito avergonzada.
—Claro.
—En el fondo eres un trozo de pan, Javier Rulo. Nunca guardas rencor a nadie, eso es lo que más me gusta de ti.
—Es que el rencor no sirve para nada —admitió él—, sólo para hacer infeliz al que lo siente.
—Y además sabes decir cosas sabias cuando quieres.
—No te creas, no es queriendo. Es a voleo.

A Obdulia le entró la risa floja y a Javier le pareció que había llegado la hora de atacar, la hora de la verdad.
—Te quiero mucho —le dijo a su mujer.
—Y yo a ti —respondió ella.
—Esta noche llegaré un poquito más tarde, cielo. Como todos los jueves. Pero no tienes que preocuparte, no voy a hacer ninguna tontería, soy un hombre nuevo. Confía en mí. ¿Recuerdas cuando tu madre decía que yo era un drogadicto y un piojoso, pero en realidad jamás había fumado un porro y era un muchacho trabajador y me lavaba las greñas tanto como el que más?
—¡Cómo me voy a olvidar, fue tan injusta contigo, lloré tanto!
—Pues yo soy ese click ahora. De nuevo soy ese chico que parece malo pero no lo es. Confía en mí, amor. Te demostraré cuánto os quiero a ti y a los niños.
Obdulia no tuvo que pensarlo demasiado.
—Está bien, Javier. Confío en ti, sé que no nos fallarás. Pero ten cuidado con las malas compañías.


Se abrazaron todavía más fuerte y a lo lejos se oyó la voz de Pía a los gritos:
—¡Mamáaaaaaaaaaaaaaa! ¿Dónde has puesto el rosario que me regaló el abuelo? ¡Tengo que decir mis oraciones de la mañana y besar a Jesús en la cruz y no lo encuentro!

Pero sus padres ni se inmutaron. Siguieron mirándose a los ojos, ajenos al drama espiritual de su hija, tan enamorados como el primer día.

- FIN -


jueves, 4 de junio de 2015

Javier Rulo en los disturbios de Clickópolis

Clickópolis está en campaña electoral. Juan Tisistema, líder del C3 (Comité de Clicks Currantes) ha reunido a sus hombres para alentarlos a la desobediencia; de esta forma quiere promover nuevos planes para vencer en las urnas.

Junto a la obra están los alborotadores gritando consignas contra la opresión capitalista, cuando aparecen Phillip y Morris —dos agentes de la patrulla rural— decididos a arrestarlos por desorden público. Pero la masa, demasiado enfervorecida, carga contra ellos. Al poco rato llegan los antidisturbios y da comienzo una batalla campal en la que, ni por un instante, los agentes del orden tienen la sartén por el mango.

Para colmo, otro conocido de la ciudad acaba de llegar. Se trata de Duncan, el tabernero, que además es el cabecilla de la Patrulla Urbana del barrio. Javier Rulo se encuentra en ese momento entre el grupo de hombres que acompañan a Duncan.


—Rulo, no nos falles esta vez. Voy a buscar al causante de la movida —le dice Duncan a Javier, que en otras peleas había optado por marcharse temeroso de que Obdulia se llegara a enterar de sus andanzas.

Javier sigue a Duncan con mucho respeto y admiración, pero en realidad ya no está tan a gusto en ese mundo de alcohol y peleas. "La última bronca y lo dejo" se dice siempre a sí mismo. Pero vuelve.


Duncan investiga un poco y descubre que la revuelta es parte de la campaña electoral del C3, grupo con el que simpatiza. Saluda a Juan Tisistema y éste le promete que si le ayuda a librarse de la policía, no volverá a haber peleas en su zona... a lo que Duncan responde que mejor no prometa eso o no le votará. Le dice, además, que está encantado de repartir una tortas por el futuro del barrio.

Mientras tanto, Javier ha derribado a un agente y le está propinando serios golpes con una barra. El hombre de la ley suplica clemencia. Sin embargo, el motero no puede parar, siente que si lo hace defraudará a Duncan y a la patrulla, y podrían expulsarlo... o peor aún... vetarle la entrada en la taberna.

Justo cuando va a asestarle un barrazo en plena frente, una voz que conoce muy bien lo saca del trance violento.
—¡Francisco Javier Rulo García!


—¿Obdulia? Pero... ¿qué haces tú aquí? ¿Estás loca?
—¡Pero tendrás cara! Encima me lo preguntas... ¿tú a mi?... ¿Es que no piensas en tus hijos? ¿Quieres que vean cómo te detienen... o algo peor? ¿No piensas en mis padres, en lo que pensarán si se enteran?
—Cariño... pero... verás...
—¿Es que no piensas... en mí?

Esa última pregunta, acompañada de una mirada de verdadero amor y preocupación es suficiente para convencer a Rulo. Fin de la pelea.

El antidisturbios suspira... ¡bendita Obdulia!


Nadie se da cuenta de que la pareja se escapa corriendo, cogidos de la mano, huyendo del tumulto y del peligro, antes de que las cosas se pongan aún más feas.


(El C3, Juan Tisistema y Duncan el Tabernero son creaciones de BadLuck, así como los diálogos y fotografías de estos hechos.)

martes, 2 de junio de 2015

Little Rose Ingalls

Little Rose Ingalls es una jovencita valiente y luchadora que no se conforma con vivir acorde a los cánones que se esperan de una mujer de su tiempo.

Hija de un ranchero y hermana menor de otro ranchero, Little Rose decidió —siendo apenas una niña— que hacer la comida, lavar la ropa y bordar iniciales en su ajuar no iban a ser sus únicas ocupaciones.

 

De la mano de su mejor amigo aprendió a usar las armas con maestría y ahora es una experta cazadora de serpientes que a la voz de "¡Quieta ahí!" libra a todo el pueblo de estos molestos y peligrosísimos animales.



A Little Rose Ingalls se la puede ver a menudo, revólveres en alto, ejerciendo feliz y servicial su arriesgada labor.