lunes, 13 de julio de 2015

La familia Fisher

La familia Fisher está compuesta por Andrés —el papá—, Aurora —la mamá— y sus dos niñas, Elisenda y Enriqueta. Los Fisher son vecinos muy conocidos del barrio de Santa Rita en Clickópolis.


Aurora y Andrés comenzaron su noviazgo apenas dos años antes de su boda, celebrada en la capilla del convento de las Hermanas Benedictinas del Sagrado Corazón (convento situado a escasos metros de su domicilio) y presidida por el Padre Carlos O'Connor, amigo de la pareja.


Para recibir el Santo Sacramento, Andrés y Aurora contaron con la compañía de sus respectivas familias —que desde el principio se manifestaron muy a favor de la unión de los dos jóvenes— y un buen número de parientes y amigos.

Todavía, diez años después, los esposos disfrutan mirando el vídeo en VHS de aquél memorable día en que se dieron el sí quiero y se entregaron el uno al otro para siempre.

Los Fisher son una familia a la que podríamos llamar convencional. Viven en la casa que Andrés heredó de sus abuelos paternos (a su hermano mayor le dejaron el negocio de horticultura y planta ornamental que regentaron durante 50 años) y son felices siguiendo ciertos rituales que los mantienen en la creencia de estar viviendo la vida de una forma ordenada y conveniente.

Uno de esos rituales, tal vez el más significativo, es comer en la mesa del comedor donde no hay instalado aparato de televisión y así poder charlar de sus cosas. "Sus cosas" suelen ser preguntarle a Elisenda cómo le ha ido la mañana en el colegio, o ponerse al día de cuántos pobres nuevos hay en el barrio o de quién ha regresado a la Casa del Padre (esto último lo llevan al dedillo debido a la profesión de Andrés).


Por lo demás, los Fisher no escandalizan a nadie, muy al contrario. Vecinos y amigos los tienen en gran consideración por estar siempre dispuestos a ayudar al prójimo y por tener la palabra adecuada y la sonrisa oportuna para cada momento.

Vamos ahora a conocerlos uno a uno en mayor profundidad.

ANDRÉS FISHER


Tiene 35 años y trabaja como maquillador de difuntos en la funeraria de su padre. Desde niño fue aprendiendo el oficio y es un apasionado de este arte necrológico. Algunas personas —su sobrino Marcos Rulo, primordialmente— consideran que debería dedicarse a otra faceta menos macabra dentro del negocio fúnebre, tal vez a algo que no atrajera la mala suerte y la certeza constante de que al final algo malo, muy malo, nos va a pasar a todos (recordemos que el joven Marcos es supersticioso). Pero Andrés ve las cosas de una manera distinta, él no cree que la muerte sea el término de nada, sino todo lo contrario, y esto le motiva mucho a dejar realmente guapos y presentables a todos los finados que pasan por sus manos. Al fin y al cabo, piensa él, los está preparando para la cita más importante de su existencia.

Andrés adora a su hijas y todo le parece poco para ellas. Por eso trabaja sin horario, para que no les falten vacaciones ni diversiones en verano, pero tampoco un buen colegio, ni extraescolares ni nada de lo necesario para que se conviertan en clacks de provecho en invierno.

AURORA FERNÁNDEZ DE FISHER


Tiene la misma edad que su marido y es la hermana menor de Obdulia Fernández de Rulo. Aurora es un ama de casa de los pies a la cabeza y no tiene intención de ser otra cosa en su vida. Estudió bellas artes porque había que estudiar algo y porque pensó que le vendría bien para diseñar los muebles de su casa o decorar con gusto las habitaciones de sus hijos (cuando los tuviera), aunque de vez en cuando se anima a pintar algún retrato si se lo piden. Con Andrés, su esposo, forma parte del coro de la parroquia a la que pertenecen (allí se conocieron, por cierto) y esto, junto a ir de compras a los outlets de las buenas marcas de ropa, son sus pasatiempos. A Aurora le encanta vestir bien y prefiere tener pocas prendas en el armario pero que sean exclusivas y estén perfectamente realizadas. Le gusta el estilo clásico tanto para ella como para sus hijas, a quienes lleva siempre de punta en blanco. También dedica una tarde a la semana a visitar personas ancianas o enfermas (o ambas cosas, que suele ser lo más habitual) de toda Clickópolis.

ELISENDA FISHER


Tiene 8 años y es una niña con un gran talento para la música. Está aprendiendo a tocar el piano, el violín y la guitarra, todo a pedido de ella misma. Además le gustan mucho las matemáticas y dice que de mayor quiere ser cantante de ópera y secretaria. Asiste dos días a la semana a catequesis y por este motivo es la envidia de su prima Pía Rulo, pero si le dieran a elegir a ella, no iría. A Elisenda le fascinan los vestidos caros, como a su madre, pero visitar enfermos le resulta muy tedioso y horrible. Por esta razón reza siempre por ellos, para ver si se ponen buenos de una vez y no hay que visitarlos más. Elisenda es una niña dicharachera y simpática que tiene alma de diva.

ENRIQUETA FISHER


Todavía no camina ni se tiene en pie sola, y eso que es cuatro meses mayor que su primo Samuel Rulo. A causa de esto su mamá la ha llevado ya a varios médicos especialistas en desarrollo infantil, pues a la pediatra que la atiende habitualmente no le parece importante este retraso y Aurora, cuya función primordial en la vida es preocuparse de su familia, necesita quedarse tranquila (no lo ha conseguido). Aparte de no tenerse en pie aún, Enriqueta es una criatura que llora entre mucho y demasiado. Desde el primer día de nacida ha dormido poco y ha tenido a sus padres pasillo arriba y pasillo abajo paseándola para que cogiera el sueño. Es una bebé que no sonríe a menudo y le cuesta encontrarle la gracia a las pedorretas y demás muestras de cariño tacto-sonoras provenientes de los adultos. Sólo parece feliz sentada en la alfombra jugando con sus animales de colores, aunque tampoco durante largo rato. Su madre cree que Enriqueta no es normal.

Y hasta aquí la presentación de esta buena familia que vive de embellecer cadáveres y que, según hemos podido constatar muy fidedignamente, nunca ha tenido ni enemigos ni deudas.


miércoles, 8 de julio de 2015

Matrona María Laura Sanchís

Esta clack pertenece a una familia dedicada en su mayoría a la sanidad. Su padre, ya fallecido, era médico de cabecera. Su hermana mayor es pediatra y su cuñado (esposo de su hermana), obstetra. Junto a ellos, María Laura trabaja en la Clínica Materno-Infantil de su ciudad además de asistir partos en casa.



Va equipada con el maletín donde guarda el instrumental, su inseparable fonendoscopio y uno de los hermosos bebés que ha ayudado a traer al mundo.

martes, 7 de julio de 2015

Javier y Pía Rulo en la tienda Playmogame

Javier y su hija mediana, Pía, entran a toda prisa en Playmogame, la mejor tienda de cómics, juegos de rol y videojuegos de Clickópolis.


—Vamos, Pía. Será sólo un momento...
—¿Estás seguro de que mamá está de acuerdo con que entremos aquí mientras ella hace la compra?
—Por supuesto. Pero tú de todas maneras no le digas nada, ¿eh?
La niña frunce el entrecejo.
—¿Sabes que existe el pecado de la omisión? —pregunta—. Omitir a mamá que hemos estado aquí puede ser un pecado tan grave como mentir...

Sin perder tiempo se dirigen a Chuy, uno de los propietarios del negocio.


—Perdona, ¿La invasión de Grirania? —pregunta Javier.
—Sí, en aquella estantería...

Mientras el papá trata de localizar lo que quiere, Pía se entretiene mirando las figuritas y tebeos expuestos en uno de los mostradores.


La primera guerra Gaiana, Medievegas, El origen de Marquecia, Saga de Freygard… Nada...


—Papá, estamos tardando mucho y mamá acaba de preguntarme por whatsapp dónde estamos...
—Un momento, Pía...

De pronto... ¡BROOOOM!


—¡Pero papáaaaaaaaaa!
—¡Calla y ayúdame a recoger todo esto!


Javier espera que nadie se haya dado cuenta de su torpeza. Sin embargo, el estruendo ha llamado la atención de Chuy.
—¿Qué ha pasado? —pregunta, mientras se dirige como el rayo hacia el lugar del desastre.


—La niña... —contesta Javier intentando salir del apuro.
Pía vuelve a fruncir el entrecejo.
—¡Papáaaaaaaa!
—No pasa nada, ya os ayudo yo —apostilla el dueño bastante malhumorado, ya que detesta tener que agacharse por culpa de los clientes.


Cuando lo han colocado casi todo otra vez en su sitio, Javier recoge la última publicación que queda en el suelo y...


—Nos llevamos esto... ya si eso...
—Has dicho que te lo llevas por vergüenza, no porque te guste —señala Pía.

El padre la coge de la mano y sale disparado hacia la caja. Hay momentos en los que le gustaría llevar un rollo de precinto en el bolsillo y vaciarlo sellando la boca de su hija.


Detrás del mostrador se encuentra Lucho, el socio y amigo de Chuy, copropietario de la tienda.
—Seis ckleuros —anuncia.
—¿Por una revista musical desfasada?
El dueño mira a Javier con cara de pocos amigos y la niña se encoge de hombros y hace una reflexión para sus adentros:
—Esto no le va a gustar nada a mamá...


(La tienda Playmogame y Chuy y Lucho, sus propietarios, son creaciones de Duclack, así como los diálogos y fotografías de estos hechos.)