En sus años mozos fue marino mercante, lo que le hacía pasar meses fuera de casa y sentir mucha añoranza de su mujer y de sus hijas. Por este motivo posteriormente se decidió a dejar su trabajo en la mar y estuvo empleado en varios oficios hasta que lo contrataron como vigilante nocturno en una empresa de transportes, y allí ejerció hasta su jubilación.
Don Nicanor es un hombre de fe. Desde la infancia ha asistido a misa cada domingo y se casó con su esposa, doña Amparo, para siempre.
En sus ratos libres (que en la actualidad son muchos), se encierra en su despacho y construye maquetas de barcos que después regala a los nietos, sobrinos y demás familiares y amigos. El tema de la mar le apasiona, le recuerda a su juventud y a los buenos y malos momentos que pasó lejos de su hogar, pero que han hecho de él el hombre que es hoy en día.
Don Nicanor es, además, un entusiasta de la correspondencia y suele mantenerse en contacto por medio de cartas con amigos que conoció en el servicio militar, y también con aficionados filatélicos con los que intercambia sellos y tarjetas postales y que residen en la otra punta del Playmundo.
Pero lo que más le gusta a Don Nicanor es sentarse por las noches junto a su esposa en la salita pequeña y disfrutar de la repostería que ésta le prepara. Nada le parece más sabroso que el bizcocho de chocolate a la menta que hornea su mujer.
Se podría decir que don Nicanor es un hombre bueno, un abuelo tranquilo y un marido feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario